Si Mockus fuera peruano...
Si alguien puede hablarnos de eficiencia, transparencia y creatividad en la gestión pública, ese es Antanas Mockus, ex candidato presidencial de Colombia y ex alcalde de Bogotá (1995-1997 y 2001-2003). Durante su gestión edil, la capital colombiana dejó de ser una ciudad plagada de homicidios, robos y accidentes de tránsito, y se convirtió en un lugar amigable y hasta turístico. ¿Cómo lo consiguió? Con pedagogía ciudadana. DOMINGO ubicó en Bogotá a este filósofo y matemático de origen lituano, y le planteó un reto: que se ponga en los zapatos de Susana Villarán, la nueva alcaldesa de Lima, y proponga algunas recetas para nuestra capital. ¿Qué tenemos que aprender de un hombre que se casó en un circo y salió con su esposa en un elefante? Primero, que la vida no es cuadriculada.
Texto y foto: Ghiovani Hinojosa
Lima es una ciudad donde el 96% de sus habitantes se siente poco y nada seguro, según una reciente encuesta de la Universidad Católica del Perú. ¿Cuál es el primer paso que debemos dar para revertir esta situación?
–Una de las cosas que permite el crimen es la aprobación o la no censura social, que está emparentada con la ley del silencio, cuando la gente se queda callada, cuando no reprocha, cuando el pariente del atracador sabe que su familiar es atracador y no dice nada, cuando intercambiamos justificaciones del crimen por la situación económica. Pero una manera más directa de abordar su pregunta sería reconocer que cada ser humano tiene en su interior un patancito, un guachecito. Yo empezaría por allí. Decir: lo primero que hay que hacer es la autorregulación: cada cual contiene sus impulsos destructivos, su rabia, su resentimiento. Si uno mismo no puede, entonces hay que lograr que los demás, los familiares, los colegas, nos ayuden a hacerlo; incluso el ciudadano desconocido. Las investigaciones demuestran que la gente es capaz de corregir comportamientos. Si fallaron la conciencia y la presión social, allí sí, qué pena, toca Policía y justicia. Pero en ese orden: autorregulación, mutua regulación y regulación legal. Es muy importante no crear el imaginario de que somos gente ingobernable. Hace unos días en Ecuador hubo un día prácticamente sin policías, y los índices de seguridad no se modificaron sustantivamente. Casi dan ganas de proponer experimentos de ese estilo. Yo me he imaginado barrios muy inseguros controlados de noche por artistas. Aquí en las universidades –no sé si en Lima lo han hecho– hay profesores que se especializan en recorridos por zonas riesgosas de la ciudad en altas horas de la noche; van con grupos de 20 o 30 estudiantes, obviamente acompañados por personas que conocen el contexto.
–Usted emprendió en Bogotá una campaña para promover el uso del pulgar hacia arriba y el pulgar hacia abajo como señales de aprobación y rechazo en el espacio público.
–La gente no solo entiende por miedo a la multa, la culpa o la vergüenza, sino también por reconocimiento social. Cuando uno hace las cosas bien, según ordena la norma social compartida, hay un reconocimiento social, y cuando el reconocimiento social es reiterado se construye confianza, y la confianza es como una jaulita de oro. Mucha gente es honrada porque ha suscitado confianza en los demás y no quiere perderla.
–Los limeños no comprendemos aún la importancia de armonizar la cultura y la ley. ¿Por qué debemos intentarlo?
–Porque por más que la educación nos invite a ser cumplidores de la ley, muchas cosas se definen desde la norma socialmente aceptada. Pongo un ejemplo: hace un siglo, en muchas escuelas del mundo, casi todas, se les pegaba a los niños. Hoy no solo hay una norma legal que lo prohíbe, sino también una norma cultural. Si un maestro le pega un reglazo a un niño, no solo lo sanciona la Secretaría de Educación, sino también la propia comunidad.
–Entonces, ¿qué estrategias municipales podemos seguir para tener una ciudad más segura?
–En Bogotá funcionó mucho la sustitución temporal, en un pedacito del territorio, de la policía de tránsito, que era muy corrupta, por mimos. La pregunta clave la hizo un periodista: ¿el mimo podrá poner multas? Cuando dijimos que no, se dijo que no iba a funcionar, porque todos creemos honestamente que los demás temen sobre todo al castigo legal. Pero no nos damos cuenta de que trabajar las pequeñas faltas de los choferes, por ejemplo, es una forma fácil de hacer pedagogía. Si tú le enseñas a la gente a no tirar chicles al suelo, no le estás arruinando un negocio.
–El alcalde saliente de Lima ha dejado mucha obra de cemento, como pistas reparadas, intercambios viales y hospitales, pero no ha hecho esfuerzos por promover una cultura ciudadana. ¿Por qué endiosamos la obra física y descuidamos la obra mental?
–Porque a veces somos pesimistas sobre el ser humano y no nos damos cuenta de que este es profundamente educable y autoeducable. Pico della Mirandola, el fundador del humanismo, decía que Dios, cuando creó al ser humano, ya no tenía moldes; por eso lo hizo inconcluso, le entregó un cincel y un martillo y le dijo: ‘has de ti la criatura que quieras: un ángel o un demonio, tú escoges’. El ser humano es una criatura que debe completarse ella misma. Yo le añadiría que no solamente uno se autoforma, sino que es formado por los ciudadanos con los que interactúa.
–Para concientizar a la gente un alcalde debe estar dispuesto a encabezar estrategias muy creativas. Usted, por ejemplo, se disfrazó de zanahoria gigante para fomentar la Ley Zanahoria, que restringe el consumo de alcohol en lugares públicos hasta las tres de la mañana.
–Sí, o si no hay que encontrar algún sustituto. Un alcalde en Madrid de apellido Galván escribía cartas a sus conciudadanos y las leía solemnemente como un edicto de hace 200 o 300 años. Puede que distintos alcaldes encuentren distintas maneras de sorprender. ¿Por qué hacerlo? Porque, de algún modo, la vida produce una especie de rutinización; hay que romper las rutinas. Cuando yo me disfrazo de zanahoria o de Pepe Grillo, rompo la rutina y la gente se ve atraída o molesta por mi interferencia. Las solas preguntas ¿qué quiere decir? o ¿por qué se vistió así? traen la discusión. La clave es que la gente se fije en el comportamiento, no en el alcalde. Obvio que si uno no tiene una discusión detrás y se dedica a entretener a la gente, esta le pegará un grito. Como me pasó una vez que exageré con una sesión de fotografías en la calle. Con toda razón, una ciudadana me dijo: ‘¡oiga, alcalde, trabaje!’. Esa vez estaba vestido de Súper Cívico.
–Alguno lo habrá acusado de sobreexposición.
–El periodista tiene la obsesión de mostrar al alcalde. Cuando salieron los mimos a las calles, yo me quedé en la oficina y los periodistas no sabían qué mostrar: estoy casi seguro de que si yo hubiera ido a la puesta en acción, me hubieran sacado a mí como protagonista, cuando los protagonistas reales eran el mimo y el ciudadano.
–Un taxista me dijo que usted le enseñó a querer más a Bogotá, y que por eso ya no contamina las calles. ¿La solución a nuestros problemas empieza por identificarnos con nuestra ciudad?
–Yo sí hablaba un poco del amor a la ciudad. Decía que, a Bogotá, cuando era estudiante en Europa, la recordaba con enorme nostalgia, pero fea. Mi solución era: hagamos de Bogotá una ciudad coqueta. Todos conocemos feos o feas muy exitosos, muy atractivos, porque saben comportarse. Tú no estás preso de tu infraestructura. Por decirlo con una metáfora de computadoras: si tu hardware no está muy bien, ponle un buen software mientras mejoras lo primero. Si el alcalde anterior mejoró fuertemente la parte externa, pues tanto mejor, ahora puede ser tiempo de mejorar la parte interna. Las dos cosas se complementan: cuando tú tienes un escenario bonito, una iglesia bonita, la acción humana que sucede allí queda dignificada; los códigos del ser humano se favorecen desde el urbanismo y la arquitectura.
–Por eso es importante el espacio público.
–El espacio público es muy importante por el lado de la movilidad, porque la gente debe poder transitar en condiciones de seguridad y velocidad. Pongo primero la seguridad porque la vida es sagrada. También es un espacio de encuentro y de neutralización de las enormes diferencias socioeconómicas que existen en nuestras sociedades. Tener veredas más o menos de la misma calidad en barrios de estrato distinto es una muestra de respeto por el ciudadano.
¿Qué Lima queremos?
–Usted respaldó la creación del sistema de buses conocido como TransMilenio en 1999, durante la gestión de su sucesor, Enrique Peñalosa. ¿Cuál fue el objetivo original del proyecto?
–Fue una crítica al transporte particular, que utiliza muchas más vías y contamina más por pasajero. El transporte público es una solución ecológica y económicamente más racional. Si a todo el mundo le diéramos un carro en este momento, Lima o Bogotá colapsarían totalmente.
–La disyuntiva está entre construir una ciudad para los automóviles y construir una ciudad para la gente de a pie.
–Así es. Y claramente la razón aconseja el transporte público, pero la emoción, el individualismo y la promoción publicitaria actúan a favor del auto.
–Le preguntaba por el TransMilenio porque en Lima se replicó esta idea con el Metropolitano. ¿Conoce esta experiencia?
–Sí, he estado varias veces allá. Lo veo un poco menos lujoso que el de Bogotá, en cierto sentido más popular. Seguramente costó un poco menos por kilómetro cuadrado. Y curiosamente el recuerdo que tengo es preguntándome por qué no hay más vegetación. O sea, yo me imagino que los problemas de mantenimiento son infinitos si uno le pone materas (maceteros con plantas) a una estación de transporte público, o la seguridad se deteriora; pero si no, sería lindísimo que hubiera algo de verde sobre las estaciones y los separadores (espacios entre carriles). Ahora, toca proceder con prudencia, puede que mi sugerencia sea técnicamente descartable.
–Algunos criticaron que ciertos tramos del Metropolitano iban a alterar el paisaje urbanístico-histórico de la ciudad.
–Sí, y a veces por respetar el entorno urbanístico se hacen necesarias inversiones más grandes. La calidad del espacio público puede verse afectada, pero la experiencia del que viaja en el sistema de buses es mejor que en el metro. Cuando uno viaja en metro, ve a través de la ventana primero la estación y luego ve el interior de un tubo negro, o sea, no ve nada.
–¿Qué condiciones debe cumplir un sistema de buses para ser eficaz?
–Tiene que haber un buen diseño de la ingeniería de transporte, arquitectónico-urbanístico, institucional y económico. Yo recomendaría en estos últimos aspectos la fórmula de Bogotá: empresas que se encargan de los buses y los despachan cuando estos son requeridos, y un cerebro estatal que controla las rutas de despacho, los paraderos y los puentes.
–¿Cree que en Lima funcionaría un sistema de turnos de autos como el bogotano, que prohíbe a determinados vehículos transitar un día a la semana?
–Sí, obviamente hay que mirar bien las curvas de saturación, pero me imagino que pasa lo que pasaba en Bogotá, que hay dos o tres horas por la mañana y dos o tres por la tarde en las que la gente sale en tal cantidad a usar las vías que estas terminan sirviéndoles a muy pocos que ruedan muy lentamente.
–¿Qué consejos finales le daría a Lima para ser una ciudad más humana?
–No solo inspirarse en lo que han hecho otras ciudades, sino también en su propia historia. Preguntarse ¿cuál es el sitio que a los limeños les parece más acogedor? Tratar de construir una visión compartida del futuro. La mía, le cuento, es una ciudad donde usted puede confiar en cualquier otro ciudadano, donde ve un ser humano y se alegra, no cambia de vereda. A veces pasa, por ejemplo, como en San Juan de Pasto, Colombia, donde la gente se emborracha bastante y se desordena en cierto sentido reglado durante los carnavales; son costumbres, son días de convivencia y bajo delito. Tal vez lo que más me preocupa del latinoamericano, a diferencia del habitante de otros continentes, es que es más fácil que mate para robar y para no dejarse robar; ambas son dolorosísimas estupideces. No quiero defender el robo, pero sí quiero decir que son más sabias aquellas sociedades donde nadie mata para robar y nadie mata para evitar que le roben. Es como una obsesión mía. De todos los bienes que una ciudad trata de proteger, el más valioso es la vida humana.
Tomado de La República